A veces uno lee un capítulo de
una novela y piensa: “Vaya imaginación la de este autor. Son cosas de novela
porque algo así es imposible que pueda pasar en la vida real”. Pero pasa. ¿O acaso la vida amorosa de Mario
Vargas Llosa no se parece a una novela? A una tan complicada como la vida
misma.
Se supone que hay siete
mujeres para cada hombre, sin lazos familiares entre ellos, pero este rebelde
escritor hizo caso omiso a esas suposiciones, no una sino dos veces. Durante
estos días me he preguntado qué habrán sentido en su momento, cada parte de
este triángulo amoroso.
Julia Urquidi, con 29 años,
estuvo dispuesta a pagar el precio de su amor, enfrentándose a los tabúes de la
época y de su entorno. Recordemos que aún perteneciendo a una familia ultra
conservadora, ya se había divorciado, lo que era bastante vergonzoso en esos
años. Luego se enamora perdidamente de un joven 10 años menor, que además era
su sobrino. El novel escritor, aunque enamorado, ve en ella la liberación y la
posibilidad de convertirse en lo que soñaba, así que no dudó en enfrentar junto
a ella, a la familia y la sociedad.
Luego vinieron los años en
París, tan difíciles como para llevar a la pareja a una profunda crisis
matrimonial, justamente cuando aparece Patricia, prima y sobrina de Mario, 10
años más joven que el escritor y 20 años menor que su tía carnal. Con un
matrimonio haciendo agua y la presencia de una joven de 15 años como rival,
Julia decide retirarse. “Varguitas”, como solían llamarlo, deberá enfrentar por
segunda vez a su tío Lucho y a la tía Olga, esta vez ni como tíos ni como
cuñados, sino como suegros.
Mi reflexión es: ¿qué
sentirían ante esta situación, cada una de las partes? ¿Cómo se sentiría Julia?
Quizás vieja, ante la insolente juventud de su sobrina. Seguro que traicionada:
por su gran amor, por su sobrino político y por su propia sangre, su sobrina
Patricia. Es posible que también se sintiera sola; no debe ser fácil resistir
semejante realidad, aún con gente que apoye.
Mario y Patricia estaban
juntos enfrentando a la familia, a la sociedad, a la prensa, a los amigos y
conocidos… Pero se tenían uno al otro y luchaban por lo mismo: su amor. Por ese
amor estaban dispuestos a todo; los sentimientos involucrados en esta relación
debían ser muy fuertes, sin importar en qué parte del triángulo se encontrara
quien lo sentía.
Al final, como canta Fito
Páez: “... el amor es más fuerte”. El amor correspondido, claro, porque en este
caso seguro que fue amor lo sintieron los tres.
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