domingo, 8 de marzo de 2015

MI AMANTE

Cuando recién me divorcié me topé con “Búscate un amante”, un texto que, por su título, reafirmaba mi teoría que el estado civil perfecto era ese: el de amante. Por supuesto que su autor, Jorge Bucay, con la siguiente definición me llevó por un camino muy diferente al que yo había imaginado:

(…) Amante es: "Lo que nos apasiona". Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también quien a veces, no nos deja dormir. Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno. Lo que nos deja saber que la vida tiene motivación y sentido...
           
A partir de ese momento confirmé que eso era la escritura para mí, lo que me apasionaba, y hasta ahora no pude hallar una mejor manera de definirla. 
A lo largo de mi vida he desempeñado diferentes tareas sin una motivación económica, pero con ninguna he sentido la exaltación y el gozo que me despierta la escritura.
Puedo irme a dormir pensando en una escena o un personaje; puedo imaginar y
desarrollar una historia mientras viajo en ómnibus o en avión; puedo darle mil vueltas a una frase hasta acercarme lo más posible a la idea de lo que quiero transmitir.
Escribo porque tengo la necesidad de contar las emociones que me produce una foto, un texto, una conversación o una escena de la vida diaria que quizás, pase desapercibida para el resto de la gente.  
Escribo porque me siento plena relatando historias, paisajes, vivencias y sentimientos propios o ajenos a través de personajes reales o inventados pero que siempre tienen algo de mí.
Escribo porque necesito plasmar con tinta lo que no me animo a pronunciar en voz alta y que si no lo saco de mi interior, me ahogará con mis propias palabras.
Escribo porque alguien podría verse reflejado de alguna forma, y entonces no me sentiría tan sola para enfrentar la oscuridad de mis pecados.
Escribo para exorcizar mis demonios con las frases y acciones de mis personajes.
Escribo para llegar a conocer las miserias de los círculos del infierno humano, y al
tocar fondo, poder impulsarme con una fuerza tal, que me haga franquear todas las inquietudes y llegar sin escalas al éxtasis del paraíso terrenal.
Ser escritor significa creer que uno maneja su creación gracias al poder que le ceden los personajes y darse cuenta que solo el autor puede decidir.
Ser escritor significa caer en la soberbia de la corrección y levantarse con la humildad de reconocer los propios límites.
Ser escritor significa aceptar la responsabilidad de lo expresado sintiendo el sano orgullo de presentar un texto claro, legible, que transmite el mensaje de lo que se quiere decir.
Ser escritor significa ser capaz de combinar algunas de las casi trescientas mil piezas que tiene ese maravilloso puzle que es nuestro idioma, para armar un paisaje diferente con cada narración.
Ser escritor significa guiar al lector por el camino de los aromas olvidados, las texturas inimaginables, los gustos aprendidos y los sonidos que resuenan hasta en el mismísimo silencio.
Ser escritor significa lograr una trama donde pueda provocar impresiones conocidas o desconocidas y concentrarlas en una palabra, una frase o un libro.
Ser escritor significa lograr que alguien guarde o recuerde una frase que hasta el mismo autor había olvidado.

Ser escritor significa poseer los secretos de la magia, la seducción, la fantasía y la realidad para poder hacer posible lo imposible. Es sentirse, durante la inspiración, un dios omnipotente y omnisapiente, creador y destructor, ángel y demonio, luz y tiniebla.
Ser escritor significa ser dueño de la virginidad de un papel en blanco.

Ser escritor es descubrir el hechizo para conseguir que quien lea la primera frase de su obra, no pueda parar hasta la palabra “Fin”.