Pocas
novelas se vuelven clásicas. Y las que lo logran tienen, por lo general, un
argumento más o menos complejo, más o menos original. “El amante de Lady
Chatterley” tiene uno muy simple, sin embargo, luego de más de 80 años de su
edición original (1928), aún se sigue usando como libro de texto en las grandes
universidades debido a la temática, que no es erótica a pesar de su título.
El
autor, David H. Lawrence, logra meterse
en la cabeza de los personajes de forma tal que cada uno represente un
arquetipo de la época, con su forma de vida típica y su pensamiento que
responde a la forma de ser de cada esfera social:
-Sir Clifford: El noble que se cree realmente su
papel de amo feudal, mirando desde la altura al resto de la gente, con toda la
soberbia y la impunidad que le dan su título y… su silla de ruedas.
-Lady
Chatterley o Constance, o Connie: Representa a la liberación femenina, a la
libertad sexual de las mujeres. Soporta un hombre al que desprecia hasta que
decide jugarse y pagar el precio de su libertad y de su amor.
-El
guardabosques: Detesta a la nobleza, pero es quien le da trabajo y debe
obedecer. Pero en el fondo se rebela. Es el hombre humilde, honrado y
enamorado. Sabe qué mundo lo rodea, pero se siente incapaz de luchar contra él.
-El
resto de los personajes: la servidumbre, el ama de llaves, la enfermera, las
familias, los amigos y los nobles son descriptos por el autor, no físicamente,
sino desde sus pensamientos y sus actitudes, tomando en cuenta la época y la
forma de pensar. Algunos de estos personajes son importantes en determinadas
partes de la historia, otros solo sirven para sostener esta novela que fue
prohibida durante más de 30 años en Estados Unidos y en Inglaterra, no por sus
escenas de sexo, sino por el fiel reflejo de una sociedad, de sus pensamientos
y de su forma de vida.
Otro
logro destacable del autor, son las descripciones. Cuando describe un paisaje
no lo hace por el paisaje en sí, sino que deja fluir los sentimientos del
personaje dentro de ese paisaje. Para describir cómo se siente la protagonista
en el hogar, recurre a describir el pueblo de mineros haciendo sentir la
pesadez del aire, el gris de la atmósfera, la monotonía, el aburrimiento y el
ahogo, de forma tal que hasta el lector quiera huir de ese lugar.
La
narración es maravillosa, presentada en tercera persona donde el narrador tiene
un poco de Dios: es omnipresente y omnisapiente con respecto a los personajes,
logrando que el lector odie a unos, ame a otros y trate de meterse más aún en
la cabeza de algunos para saber cómo reaccionarán ante esta o aquella
situación.
Esta
novela está escrita en un tono lento, pero no resulta pesada porque el autor
maneja a los personajes, hombres y mujeres, metiéndose en su cabeza como si
fuera parte de ambos géneros. En cierto modo, tal vez esta novela haya sido un
poco la autobiografía del autor, nacido en un pueblo minero, hijo de un minero
y madre burguesa venida a menos; se exilió voluntariamente sus últimos 18 años
de vida tras fugarse con Frieda, la esposa de su tutor de alemán.
Creo
que es una de las novelas que mejor representa una época del siglo XX; está muy
bien narrada, reflejando una sociedad a la que no le gustó verse en el espejo
de sus personajes y por eso la censuró. No por “obscena”, ni por ser “ofensiva
al público”, ni por “vulgar”, sino
porque no se podía permitir ni admitir que hubiera tanta liberación sexual, ni
que el autor planteara la importancia de la sexualidad para sentirse mejor con
uno mismo, ni que una mujer descubriera que debía y podía, sentir y pensar a la
vez…
La
novela también plantea algo impensable en la década de 1920: la infidelidad
femenina. Tanto Connie, la protagonista, como su amante Mellors, vienen de dos
matrimonios con deficiencias sexuales. Connie está casada con un inválido que
ni siquiera es capaz de tomarle la mano para no complicarse, a pesar de que
ella lo cuida y ayuda en forma física e intelectual. Soporta con supuesta
indiferencia y en silencio a sus amigos misóginos tratando de adaptarse a la
realidad que –supuestamente- le tocó vivir. Hasta que su mente y su cuerpo le
pasan factura por la falta de sexo. Mellors viene del abandono de su esposa,
que lo dejó por otro, y viene huyendo de una sociedad que ya no soporta. Por
eso decide “esconderse” en los bosques y convertirse en un asalariado.
Las
escenas de sexo me parecieron sutiles, pero más sutil aún es el erotismo que
envuelven ciertas circunstancias. Me gusta el manejo por parte del autor de
hacerle comprender al lector las necesidades sexuales de los personajes
principales, y de alguno secundario. Porque hasta Clifford necesita sentir las
manos de su enfermera cuando lo masajea, y la astucia de ella para que cree ver
una forma de manejarlo, sin darse cuenta que él la mantiene a su lado porque le
sirve, porque le paga por lo que hace y eso significa que no le debe nada;
además le da la oportunidad de sentirse superior a alguien, ya que su esposa,
que desde el punto de vista social es su igual, se considera muy inferior.
La
protagonista de esta novela se parece a Madame Bovary, o a Ana Karenina, porque
las tres reclaman su derecho a la felicidad, sin importar cómo o quien. Pero la
sociedad las juzga porque una mujer se debe a su marido, a su casa y a sus
hijos. Connie no sólo busca sexo con el guardabosques, sino que también hay
sentimientos y emociones, quizás por eso termina con un final abierto y yo,
lectora, tengo la sensación de que vivirán juntos y críaran juntos al niño que
esperan…
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