domingo, 16 de diciembre de 2012

LILITH, la primera insumisa

No todos lo saben. Debido a la educación religiosa que recibí, siempre estuve convencida que Eva fue la primera mujer. Hace pocos años, gracias a un amigo chileno, escritor, me enteré de la presencia de Lilith en la historia.

Su nombre aparece en la literatura hebrea, pero se la señala brevemente en la Biblia cristiana, en el libro de Isaías, 34:14, donde Dios mata a todos los habitantes de Edom, y quedan como dueños del lugar, animales como buitres, serpientes y… Lilith. “También allí Lilith descansará y hallará para sí lugar de reposo”.

No voy a hablar en este post sobre la manipulación que se hizo durante siglos de la Biblia, y de cómo la “Palabra de Dios” fue acomodada según el poderoso de turno.

Pero no sólo la encontramos en la Biblia y en la literatura hebrea, sino que además también aparece (según diferentes autores), en la simbología súmera y babillónica.

Esta dama, era de una belleza perfecta, opulenta, de cuerpo sinuoso, cabello rojo, ondulado y larguísimo. Inteligente, seductora, estratega, pero sobre todo indómita e impetuosa… no tardaría en emanciparse para lograr su independencia.

Lilith fue, extraoficialmente, la primera mujer de Adán. Aunque… para mi gusto preferiría decir que Adán fue el primer hombre de Lilith. A diferencia de Eva, la primer mujer fue hecha de arcilla al igual que el hombre, pero para desgracia de éste, salió independiente, pensante, reflexiva y por lo tanto… insumisa. No estaba dispuesta a tener una posición inferior al hombre; tampoco quería estar por encima; simplemente quería ser… igual. Ni más ni menos: igual. No estaba a yacer debajo de él, sino que, durante el sexo, demandaba por mantener la posición dominante. Al contrario de lo que le enseñarían al resto de las féminas por los siglos de los siglos hasta nuestros días, era sexualmente activa y reclamaba el derecho al deleite, así también a gozar del sexo en el momento que lo deseara (imagino a Adán diciendo que le dolía la cabeza…).

Al ver que el Creador desatendía sus pedidos, y que su compañero no estaba dispuesto a reconocer el lugar que le correspondía, hizo lo que toda mujer debería hacer: irse para ser libre. Porque permanecer allí significaría rebajarse, humillarse, aceptar por siempre una inferioridad otorgada por un poder al que no estaba dispuesta a reconocer. Así que, desnuda como había llegado, abandonó el supuesto paraíso…

Fue entonces llegó Eva, la madre de la humanidad, la primera mujer oficial de Adán. Recibida con bombos y platillos, pues fue creada a partir de una de las costillas de su marido, por lo tanto, sumisa, obediente, humilde. Ya me imagino a Adán, caminando por el paraíso y gritando: “Aprendé, Lilith… Esto es una mujer, esto es una esposa –mientras señala a Eva-, ¡no una rayada con ínfulas de independencia como vos!”. Y Eva, con la cabeza baja, ruborizada y orgullosa, caminando dos pasos atrás de quien, tan generosamente (¡ja!), había donado una costilla para su creación.

Claro que la rebeldía, la insumisión, la independencia, el orgullo… tiene su precio. A Lilith le cayó encima la maldición de la mala prensa. Estoy segura que ninguno de los que están leyendo esto, sabían que Minguito Tinguitela le copió a Adán una de sus frases más famosas: “Ojito conmigo, ¿eh? Que te puedo levantar un manolito, o te puedo hacer un buraco así de grande…”. Y si hay algo que no le hicieron a la verdadera primera mujer, fue un monolito. O manolito, como decía el editor en jefe de La vo’ del rioba.

Supongo que una vez que Lilith abandonó el paraíso y Eva se consagró como la Primera Dama del Edén, el Cuarto Poder comenzó a crear las historias que se hicieron famosas a través de los siglos. Que si era la reina de súcubos (demonios femeninos), por haberse opuesto a Dios; que si era una ninfómana enfermiza (basta que una mina deje al marido para que todos la califiquen de puta); que si seducía a los hombres para usarlos y estrangularlos después (porque ellos siempre son muy caballeros con nosotras, ¿no?); que si era la reina de los vampiros porque después de matarlos bebía su sangre… En fin, que la mina pasó de ser la primera y única mujer de la Creación, a la versión femenina del demonio.

Claro que todo eso no fue suficiente. Parece que, ya fuese por envidia o por otros motivos ocultos, varias mitologías la encuentran encarnada en monstruos femeninos: Lamia, Empusa, las harpías, las parcas y demás figuras femeninas donde se alude a la muerte de hombres y niños. Sí, porque además de hombres, se comía a los niños crudos (dicho en forma literal y no tanto…). También hay referencias en la Brunilda de los Nibelungos, en la diablesa babilonia Lilu, y hasta en la Reina de Saba.

Etimológicamente, Lilith viene del hebreo layil (noche), y se representa como un demonio nocturno peludo, o como una mujer de cabellos muy largos. Otros dicen que viene de Lil, también hebreo y alude a lo que tiene que ver con la noche, por lo que su nombre significaría algo así como “la nocturna”. Esto ayuda a verla como un ser oscuro, maligno, sangriento, satánico.

Según uno de los mitos, Lilith convertida en serpiente es quien seduce a Eva para que pruebe el fruto prohibido. Después, apoyada por Samael (más tarde llamado Satán), hace que engendre a Caín. Más tarde, Lilith se encargará de convencer al hijo mayor de Eva para que mate a Abel.

Para mí, y más allá de la religión, Lilith representa a la mujer que no se somete y exige un trato idéntico, convirtiéndose quizás, en la primera luchadora por la igualdad de géneros. No en vano muchas organizaciones feministas la han tomado como referente.

¿Cuántas Lilith hubo a través de la historia de la humanidad? ¿Cuántas hay hoy en día que cansadas del maltrato deciden abandonar su hogar para tener una vida más digna? ¿Cuántas veces juzgamos a esa persona que deja su casa, su familia, sus hijos… por algún motivo desconocido para nosotros? Pero aún así nos atrevemos a hacer juicio de valor.

Amigos… Es posible que el próximo viernes no desaparezca la tierra, pero sí puede ser que termine una era y comience otra. Quizás, sólo quizás, ese día comience a materializarse la Era de Acuario, y el universo empiece a cambiar.

Si el 21/12/2012 no se termina el mundo, nos vemos por acá antes de fin de año. De lo contrario, como decía Arthur N. García Wimpi:

“…que todo sea para bien”

Nota: Pintura superior: Lilit (1892), por John Collier

domingo, 2 de diciembre de 2012

LA BALANZA ROMANA (dedicado a mi padre)

 Si es verdad que uno –según la teoría de la reencarnación- elige sus padres cada vez que vuelve a este mundo, sin duda que yo los volvería a elegir tal cual fueron, con sus errores y sus aciertos, pero sobre todo con su gran capacidad de amor y generosidad.

En el tercer aniversario de la partida de mi padre, Jesús Carbajal, tengo ganas de hablar de “el hombre de las mil anécdotas”. Si Jorge Bucay lo hubiese conocido, diría que aprendió de mi papá la forma de enseñar a Demián por medio de los cuentitos, a veces reales, a veces inventados y a veces adaptados a las circunstancias.
Fue la persona con una memoria tan prodigiosa como para recordar los 83 pueblos que recorría cuando era tratante de ganado. O que supiera el árbol genealógico de las familias, no solo de su pueblo, sino de los concejos de Pezos, Grandas de Salime y aledaños.
Él me inculcó su gran amor a Asturias y a todo lo asturiano. Cuando era pequeña y oía sus historias una y otra vez, no les daba la importancia que tenían. Hoy, en cambio, las atesoro e incluso las utilizo para algunos de mis cuentos y relatos. Sus múltiples dichos y refranes, los uso en mi vida diaria por ser contenedores de grandes enseñanzas y sabiduría.
Hoy quiero relatarles una historia que quizás demuestre cómo era este ser humano, conocido como Don Jesús para algunos, tío Jesús para otros que ni siquiera eran sus sobrinos, Jesús para su esposa y parientes, y… papá, para mí y mis hermanos.
Los invito a remontarnos al pueblo de Sanzo en el concejo de Pesoz, región sur-occidental de Asturias, allá por fines de la década del 40, en plena dictadura franquista durante la post-guerra…
Era un día como cualquier otro para Jesús, pero el calendario decía que era domingo, el catecismo y la religión decían que era día de guardar, el día séptimo día, el día de descanso, el Día del Señor. Así se lo habían dicho en su casa toda su vida, se lo habían repetido en la iglesia durante el catecismo, y por si no le había quedado claro, el cura lo repetía con frecuencia desde el púlpito durante la misa. Aquel domingo lo había recalcado particularmente:
-… y como dice el tercer mandamiento de la ley de Dios, hay que santificar las fiestas. Pero hay… “algunos” en esta parroquia que no lo hacen… ¡Herejes! Que vez de oir misa se  dedican a otros menesteres… -decía el sacerdote sacando a luz toda su vena histriónica, mientras miraba a cada uno de sus feligreses y apuntaba al techo de la humilde capilla dedicada a San Juan. Le encantaba decir aquel discurso, quizás embriagado por el poder que le daba su investidura clerical.
Por supuesto que uno de los herejes que no siempre iba a misa los domingos, era mi padre.
Aquella veraniega tarde de domingo, volvía mi padre de una feria de un pueblo vecino. Venía  andando con su caballo al lado, cansado luego de la larga jornada de trabajo que probablemente había comenzado antes que saliera el sol.
-¡Así te quería coger, Jesús de Lorencín! –le zampó el cura en la cara-. Estás hecho un hereje. ¿Cuánto hace que no vas a misa, ni comulgas, ni siquiera te confiesas?
Bajó la cabeza, y sin responder las acusaciones del sacerdote fue hasta el morral y sacó algo de él. El joven, de poco más de veinticinco años, consciente que sus pacientes movimientos le daban más suspenso a su respuesta, comenzó a armar un artefacto que resultó ser una  balanza de dos platos, y se la colgó en el dedo. En lo único que se parecía a la Justicia era en la balanza, porque él era hombre, no estaba vendado y en la otra mano, vez de la espada, sostenía las riendas del caballo.
-Don Benito… ¿Sabe qué es esto?
El cura, perplejo y sin saber dónde quería llegar su feligrés, le respondió algo enojado:
-Claro que sé lo que es. Es una balanza romana. ¿Y qué tiene que ver eso?
-Tiene mucho que ver don Benito, porque si imaginamos que esta balanza es la que pesa los actos de mi vida, y en una bandeja pone las buenas acciones y en la otra las malas… le aseguro, señor cura, que la de las buenas acciones pesaría mucho más que la otra…
Don Benito se sintió incómodo por quedarse sin argumento. Un humilde campesino que apenas sabía leer y escribir, le había dado una lección. Turbado y tratando de salir de la situación, le espetó:
-Tú siempre con tus cosas, Jesús. Anda, sigue tu camino, pero no dejes de ir a misa cuando puedas…
En 1979 fuimos a España. Era mi primera vez en ese lugar del que había oído hablar toda mi niñez y adolescencia. Para mis padres y mi hermano –que había nacido allí- era el regreso desde aquel setiembre de 1952, cuando partieron para América. Durante el tiempo que estuvimos en Asturias, papá preguntó sobre Don Benito. Le dijeron que aún vivía y con bastante emoción, lo fue a visitar. El cura, como es de suponer, estaba muy viejito. Su antiguo y rebelde feligrés se presentó ante él, se identificó con su nombre, pero al anciano cura le costó unos momentos reconocerlo. Cuando lo hizo, sonrió y le dijo:
-Te recuerdo. Tú eres el de la balanza romana…