jueves, 22 de marzo de 2012

El reencuentro (primera parte)

Era una tarde de viernes y el cielo estaba encapotado, amenazando lanzar grandes cantidades de lluvia sobre la ciudad. Cuando comenzaron a caer las primeras gotas, Vanesa entró en una librería, con más intención de refugiarse del agua que de comprar algo en específico. Recorrió las diferentes islas hojeando las últimas novedades y husmeando títulos diferentes; saltaba de los últimos best-sellers a los libros de cocina y de las novelas románticas a textos de computación, hasta que mirando hacia todos lados y con algo de vergüenza, se detuvo en el sector de literatura erótica y tomó uno de aquellos tomos con fotos algo atrevidas.
-Una dama como Vanesa Ordoñez no debería leer ni ver esta clase de libros –le susurró al oído una voz masculina- ¿Qué dirían las hermanitas del Colegio de “La Virgen Niña” si te vieran con esa pecaminosa revista en las manos? -Intentó darse vuelta, pero una mano detuvo delicadamente su rostro mientras el cuerpo varonil le impedía mayores movimientos- Shhhhhhh… ¡Tranquila!
Esa voz… El tono inconfundible, esa forma de arrastrar el final de la frase le hizo recordar a… Pero no, no era posible que después de tantos años…
<<Vanesa querida... No te imaginas lo feliz que me hace haberte encontrado.
Hizo otro intento de darse vuelta con el mismo resultado. Pensando engañar a su carcelero se inclinó, golpeó el libro con cierto enojo contra los demás, dio un suspiro y volteó. Su sorpresa fue mayúscula al no encontrar a nadie. Miró hacia todos lados pero los clientes que había a su alrededor ni siquiera habían reparado en ella. Con evidentes signos de molestia, salió de la librería.
El hombre que la había abordado en la librería la conocía, no había duda. Quizás algún compañero del secundario. Pero la voz, esa voz… No, imposible que fuese Francisco Varela. ¿O sí?
-Veo que los años no han aplacado tu carácter...
Tuvo que detenerse. Era él, sin dudas, pero ahora que lo sabía no podía darse vuelta. ¿Cómo estaría? ¿Habría cambiado mucho? Bajó la cabeza, girando sobre sí misma con lentitud.  Comenzó por los zapatos acordonados y lustrosos, tan típicos de él; pantalón de gabardina color chocolate a juego con la chaqueta, la camisa y la corbata.
Hubiese reconocido en cualquier lugar la sonrisa que le estaba regalando aquel hombre alto, corpulento y elegante. El pelo cano peinado sobre un costado caía sobre su frente. Sin dejar de sonreír se lo acomodó con un gesto que tan suyo que una catarata de imágenes de un pasado remoto, acudieron al presente.
-¡Francisco!
Inmóvil, sin moverse un milímetro, esperó a que el apuesto caballero diera un paso adelante para colgarse de su cuello, dándole una deliciosa sensación de calidez, seguridad y protección.
- Oso querido… -le susurró al oído.
La mesa de la pequeña confitería los acogió en silencio mientras sus miradas se encontraban.
-Qué lindo volver a verte –dijo ella rompiendo el silencio-. Gracias por recordar lo que te conté sobre mi juventud con las monjas. Me sorprendiste en la librería, ¿cómo pudiste desaparecer con tanta rapidez? Pero no importa, ahora quiero saber de ti. Bueno, si tienes tiempo.
-Tengo tiempo, nadie me espera. Estoy divorciado desde hace un par de años. ¿Y tú?
-Yo me separé hace más de un año… Pero dime: qué fue de tu vida, qué hiciste, qué haces ahora.
Francisco comenzó a deshilvanar su vida desde aquellos años, cuando después de disfrutar un amor que los marcó para siempre, se fue a Francia donde conoció a Nanette y se casó.
-Terminé la carrera de químico y conseguí trabajo en un laboratorio. Ahí estuve por muchos años y llegué a tener un puesto bastante alto. Tuvimos dos hijos pero con el tiempo el matrimonio dejó de funcionar y nos divorciamos. Ahora los chicos crecieron, se casaron, me hicieron abuelo, me jubilé y… decidí volver.
-Dime Francisco  ¿alguna vez…?
La pregunta estaba clara para él.
-En mi vida tuve dos grandes amores, y tú fuiste uno. El otro día pasé frente al hotel donde nos veíamos. Ubiqué el piso y la ventana; cuando llegué a la esquina recordé la tarde que nos separamos, cuando el taxi que te llevaba se alejó sin que dieras vuelta la cabeza…
-¿Sabes? Yo también recordé momentos como aquel del primer día que pasamos juntos, cuando nos miramos al espejo y me dijiste que me regalabas esa imagen para que la llevara siempre conmigo –hizo una mueca que quiso ser una sonrisa-. Creo que aún hoy podría describirte con lujo de detalles aquella imagen…
-No hace falta, yo también la recuerdo. También recuerdo la casualidad de aquella dirección equivocada, mi respuesta, el intercambio de correos, el primer encuentro…
-No me animaba a besarte ni acariciarte, hasta que después de varias citas fui a buscarte a la estación de autobuses y… me apretaste contra el espejo del ascensor mientras me besabas… Esa vez paseamos por la costa y me hiciste “descubrir” los tesoros que habías escondido para sorprenderme… Lindos recuerdos.
-Tan lindos como irrepetibles… ¿verdad? –dijo él con un tono que dejaba abierta la réplica.
-Sí, querido Francisco: irrepetibles –dijo Vanesa con seguridad-. Me alegra haber recuperado un amigo con el que sé que puedo contar… hasta diez, como dice Benedetti.

Dejaron las tazas de café por la mitad sobre la mesa de la confitería y salieron a la calle. Hacía frío y una fina llovizna los recibió en la calle. Vanesa se levantó el cuello del abrigo y Francisco la abrazó. Una vez más se sintió pequeña y protegida cuando pasó el brazo por encima de su hombro mientras que ella le abrazaba la cintura.

miércoles, 14 de marzo de 2012

OTRA OPORTUNIDAD


Iban a ser los únicos clientes del bar en aquella fría y lluviosa tarde de invierno. Claudia lo había citado allí imaginando que a esa hora y con ese clima estarían casi solos.
Caminó bajo la lluvia con algunas dudas en su mente:
“Quizás debí haber esperado un poco más. ¿Será un buen lugar para decírselo? ¿Y si busco un momento mejor? –pensaba a medida que se iba acercando- ¡Basta! No sigas posponiendo por temores estúpidos algo que estás deseando hacer. Entrá como lo que sos: una mujer aguerrida, una leona sin piedad. Demostrale que estás calma, segura, decidida…”
Caminó repitiendo aquella frase como un mantra. Ubicó al hombre en la última mesa contra la ventana, desde donde seguía sus movimientos.
Rumbo a la mesa, los vidrios del salón le devolvieron la imagen de una mujer madura, de andar felino y semblante sereno. Esteban tenía la visión de una hermosa dama que iluminaba el ambiente con su pelo claro y el brillo de su mirada. Apenas se incorporó para saludarla, aunque a Claudia poco le importó su actitud.
Mientras pedía un café, observó la mesa con restos de servilletas destrozadas: algunas cortadas en pequeños trozos, otras enrolladas y anudadas, otras dobladas en zigzag formando pequeños abanicos. Dos pocillos vacíos ayudaban a confirmar el tiempo de espera.
-Parece que hace rato que llegaste –dijo mirando el reloj-, pero todavía faltan un par de minutos para las cinco ¿no?
-Sí, vine temprano; sabés que me gusta estar antes de la hora. Desde que me echaste no tengo mucho para hacer, pero… supongo que no llamaste para hablar de lo que hago.
-No. Te llamé porque quiero el divorcio –dijo ignorando los ácidos comentarios del que aún era su esposo.
Silencio.
El hombre no era capaz de articular palabra. Si bien imaginaba que algo así sucedería, guardaba la esperanza de volver junto a la mujer a la que creía incapaz de dejarlo; esa posibilidad jamás había entrado en sus cálculos. ¿Qué le pasaba?
“Alguien le lavó el cerebro en mi contra, seguro –pensó-. Alguna de sus amigas… Debe de haber sido esa vieja cacatúa a la que le hace tanto caso...”
Jamás aceptaría que su esposa tan manipulable e inocente, la que creía cualquier mentira, le dijera que quería divorciarse. Si había aceptado dejar la casa era porque ella tenía un ataque menopáusico que pronto se le pasaría; cuando se viera sola le rogaría que volviera a su lado... Siempre la había manejado con gritos y cuando eso no daba resultado, lo hacía con lágrimas. ¡Era tan fácil! Al menos lo había sido hasta que abrieron la empresa.
<<“Pero… si la muy estúpida ni cuenta se dio cuando andaba con mi secretaria y con
tantas otras. Le decía que iba al club y se lo creía. Algo tuvo que pasar para que cambiara así...”
Un pensamiento cruzó su mente como un flash: “No… No puede ser que haya otro hombre, es incapaz de engañarme… Yo siempre cumplí, teníamos sexo casi a diario... No, otro hombre no…Claudia es mi esposa, una dama, una mujer decente, ella no…”
Su cerebro no era capaz de procesar lo que le había dicho. Era demasiado fuerte.
<<No entiendo… ¿por qué me hacés esto?
-Yo no te hago nada. Simplemente actúo de acuerdo con mi sentir. Por primera vez en años, hago y digo lo que quiero. Me casé enamorada o, al menos, creí estarlo, pero nunca me supiste valorar. Soy una mujer inteligente, honesta y trabajadora; no necesito que nadie me mantenga. ¿Te acordás el día que me dijiste que lo único que hacía bien era atender el teléfono? Bueno… Te equivocaste; la empresa funciona muy bien sin vos. Ese día me ayudaste a despertar, sin saberlo detonaste la bomba. Te la creíste, Esteban.
Estaba siendo dura; se sorprendía a sí misma hablando con tanta serenidad, aunque, en realidad, lo que deseaba era saltar por encima de la mesa y reventar a piñazos a ese hijo de puta. Pero no. Él solo había hecho lo que ella le permitió.
El hombre bajó la cabeza y los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Si querés manipularme buscá otra cosa, porque ya no creo en tus lagrimitas... –las palabras y su actitud eran tan heladas como el viento que se estrellaba contra los ventanales.
-Tiene que haber algo que yo pueda hacer para que te quedes conmigo.
-¡Qué ególatra, por favor! Te estoy pidiendo el divorcio y vos buscás la forma de que me quede contigo. No cómo acompañarme, reconquistarme, estar a mi lado.
Claudia sonrió con una mueca que mezclaba incredulidad y dolor.
<<Contame, Esteban… -se inclinó hacia el centro de la mesa y bajando su voz al volumen de un susurro, le espetó- ¿Qué querrías hacer que no hayas podido en todo este tiempo? Esperé demasiado un cambio que jamás llegó. Hoy nada me retendría a tu lado… No te quiero ni te necesito.
-Pero yo sí te necesito.
-Es tu problema.
-Dame otra oportunidad…
-¿Otra? Tuviste mil oportunidades cada uno de los días que estuvimos juntos. ¿Y?
Sintió que estaba perdiendo la calma, así que apuró un trago café frío dejando que su mirada se perdiera en la mesa, pensativa. Una idea hizo que tomara una servilleta y apoyando los codos en la mesa, la colocó frente a su interlocutor.
<<¿Ves esta servilleta? ¿Ves que está marcada en el medio? Así éramos nosotros cuando nos casamos: una unidad con dos partes bien definidas. 
Sin más, la cortó por el doblez y, tomando un trozo en cada mano, se los mostró.
<<Esa unidad se partió y hoy estamos separados. El día que logres unir estos trozos como estaban originalmente, volveré a tu lado. Mientras tanto… sé feliz. Pero lejos de mí.
Caminó hacia la salida con la cabeza muy erguida, bella y arrogante como una diosa griega. Abrió la puerta y la brisa helada la recibió, haciéndola sentir viva y libre como jamás se había sentido. La lluvia refrescante la acompañó mientras taconeaba por la vereda sin importarle los charcos. Su presente y su futuro le pertenecían; cuando mirara hacia atrás lo haría con un espejo retrovisor imaginario, porque el paisaje que tenía delante era más importante que su pasado, y no se lo quería perder.
Sonrió feliz recordando el poema de Hamlet Lima Quintana: “…Y uno se va de novio con la vida, / Desterrando una muerte solitaria…” Así se alejó feliz, abrazada a la vida y mirando para allá, siempre para adelante.

Cristina Carbajal
17 de marzo de 2012

miércoles, 7 de marzo de 2012

MUSAS

Hace un tiempo que vengo pensando una idea que me da vuelta en la cabeza. ¿Qué llama la atención de una persona para que guste de otra y se enamoren? ¿Es necesaria la belleza física para conquistar al otro? ¿Qué es lo que más seduce: la inteligencia, la cultura, el físico… o una combinación de todo eso?

A través de la historia existieron mujeres que conquistaron corazones con su belleza: Helena de Troya, Cleopatra, Mesalina, Anna Bolena, María Antonieta, Lady Godiva o Madame de Pompadour. Más recientemente tenemos a íconos como Marilyn Monroe, Grace Kelly, Greta Garbo o Catherine Deneuve y de este siglo XXI se podrían nombrar infinidad de actrices, modelos, atletas, etc. Sería una lista de nunca acabar…

La vida e historia de algunas mujeres me conmueven, pero hay tres en particular que admiro, porque podría considerarse que no tuvieron una belleza tradicional, pero fueron capaces de seducir artistas, escritores, poetas, filósofos, estadistas, políticos, etc., hombres con una gran capacidad intelectual y emocional.

Podría comenzar con…

Frida Kahlo

Sin duda que era una mujer hermosa a pesar de sus cejas espesas y su bozo. Ella supo manejar y hasta resaltar eso en sus pinturas, logrando que la conocieran y aceptaran así, orgullosa de su físico, sus rasgos y su origen. Con sus dolores, su cuerpo con problemas y cicatrices y todo lo que se podría calificar como “defectos físicos” pasaron a segundo plano gracias a su fuerte personalidad, con la que conquistó y sedujo a hombres y mujeres como Diego Rivera, su gran amor y “el segundo gran accidente de mi vida” como lo calificara más de una vez, además de León Trosky, Chabela Vargas y tantísimos más.

Según la veo, a pesar de su carácter tan fuerte e independiente, sabía cautivar a su Diego cocinando para él, acompañándolo o esperando su regreso sin que ello significara doblegarse ante ese amor. Ninguno de los dos se caracterizaba por la fidelidad; sin embargo, no importa con quién estuvieran siempre regresaban al otro.

Frida dejó una lección de vida donde la lucha fue una constante, ya fuese en el plano político, social, sentimental o personal. Se aferró a la vida con uñas y dientes; luchó por su salud, por su amor, por su supervivencia física y emocional, por sus ideales políticos; luchó con sus dolores, sus miedos, su soledad, sus inseguridades y frustraciones, plasmando esa riqueza interior en cada uno de sus cuadros.


Carlota Ferreira
Seguramente la mayoría de los lectores no sepan de quién se trata. Esta mujer se hizo conocida, entre otros motivos, por el retrato que le hizo el uruguayo Juan Manuel Blanes, “el pintor de la Patria”. Carlota era el ideal de belleza de finales del siglo XIX, porque hoy en día pocos la mirarían con los mismos ojos que los hombres de aquella época.

Como podrán observar, además de reflejar muy claro la ropa de la época, el retrato muestra una mujer de proporciones digamos… tan generosas, que el apretado corsé a punto de explotar no puede disimular, además de los brazos gruesos, el abundante busto y la redondez del semblante. Pero…

Esta mujer obesa, de rostro poco agraciado, adicta a la morfina y de una conducta demasiado liberal para su época, debía tener algo “especial” para haber tenido cuatro maridos, embelesar a uno de los pintores más grandes de la época, al hijo de éste y a unos cuantos hombres más. No juzgo ni critico su estilo de vida, solo la traje a este post porque admiro que alguien tan poco agraciado físicamente haya podido seducir a políticos, médicos, artistas y más.

Su primer esposo fue Emeterio Regúnaga, Ministro del Uruguay durante el primer gobierno de José Batlle y Ordoñez. Viuda, cruza a Buenos Aires y contrae nupcias con Ezequiel de Viana, perteneciente a una de las familias de más rancio abolengo, del que quedó viuda al poco tiempo. El tercer matrimonio fue también en Buenos Aires con Nicanor Blanes, pintor y quince años menor que la ya amante de su padre, Juan Manuel Blanes.
Carlota conoció al que sería su futuro suegro, cuando al enviudar le encargó un retrato de su primer esposo y luego el de ella. También fue modelo para otra pintura de J. M. Blanes: “Mundo, demonio y carne”, aunque jamás se pudo comprobar que fuese ella. Tampoco se pudo probar si fue verdad la historia de que Nicanor encontró a su padre y a su esposa en pleno acto amoroso; aunque durante una separación, Carlota pidió el divorcio y le fue concedido. Al enterarse del fallo, Nicanor terminó huyendo hacia Italia donde desapareció. María Linari, esposa de J.M. Blanes y madre de Nicanor, escribió: Carlota tiene la atracción del abismo.

Sin duda que esta mujer tenía una atracción fatal y hasta se podría decir que nefasta. El Dr. Julio Jurkowski, polaco, casado y con familia, abandonó todo para huir con ella y la hija de esta a Salto, en el norte del Uruguay. De allí cruzaron a Córdoba donde el médico instaló un sanatorio para enfermos pulmonares. Es en ese lugar que su hija María Esther conociera y entablara relación con el escritor Horacio Quiroga, pero Carlota se opone a estos amores y su hija termina suicidándose. De esta relación nace el cuento “Una estación de amor”, donde el autor relata las vicisitudes de lo que sucedido.

Carlota y su fiel adicción a la morfina acaban también con la brillante carrera del médico polaco. Sola, decide regresar a Salto donde se pierde su rastro.

Es probable que Carlota Ferreira no tuviera una vida feliz, pero sí tuvo una gran capacidad de seducción que quizás no supo aprovechar…


Elena Ivanovna Diakonova
Más conocida como Gala, la musa inspiradora y gran amor de Salvador Dalí.

Dejé a esta enigmática dama para el final porque soy de la idea, como muchos otros, que esta mujer tuvo una relación de dominación con el artista, quien siempre se habría sometido a los deseos y caprichos de ella.
Gala tuvo varios amantes antes de que Dalí llegara a su vida. Desde su arribo a París de la mano de su esposo Eugène Grindel -conocido como Paul Eluard- y con Cécile, la única hija de Gala, se relaciona con los vanguardistas y entre ellos tiene algunos amantes, hasta que en 1929 conoce a Dalí. La atracción es mutua y el amor que nace entre ambos hace que ella abandone a su familia y ya nunca se separe del artista.

Sin duda que esta fémina también tenía algo especial que atraía a los hombres. No creo que fuese su delgadez ni la extraña belleza de su rostro. Quizás fuese su inteligencia, su cultura, su carácter fuerte, su seguridad para tomar decisiones o su facilidad para conseguir que complacieran hasta su más mínimo capricho o excentricidad.

Si tenía alguna duda sobre el fetichismo del pintor, esta foto de Dalí tomada en New York por Philiphe Halsman me terminó de convencer. ¿Una mujer utilizada como escritorio y otra en el fondo con las piernas hacia arriba y con una careta en los pies? Si esto no es fetichismo, que vengan Madona o Lady Gaga… y lo vean.

En 1968 Dalí le compra a su amada el castillo de Púbol; lo manda reparar, lo decora, le pinta murales y hasta le instala un trono a su… ¿Reina? Y todo eso ¿para qué? Para tener que pedir permiso y no poder ingresar al castillo a menos que fuera con expresa invitación de Gala.

Según se dice, ella era su manager, su musa, su amor, su esposa, su inspiración… y quien tomaba las decisiones; amén de que tenía amantes con el conocimiento de Dalí. ¿Amor incondicional? No lo sé, pero sin duda era un sometimiento voluntario y gozado, con seguridad, por ambas partes.

 Vaya este humilde homenaje a las mujeres como estas, que sin cumplir un canon de belleza estipulado, supieron explotar ese “algo” especial que las hizo tan seductoras, especiales y hermosas ante los ojos de quienes las amaron.

SER LA OTRA...

A veces uno lee un capítulo de una novela y piensa: “Vaya imaginación la de este autor. Son cosas de novela porque algo así es imposible que pueda pasar en la vida real”.  Pero pasa. ¿O acaso la vida amorosa de Mario Vargas Llosa no se parece a una novela? A una tan complicada como la vida misma.

Se supone que hay siete mujeres para cada hombre, sin lazos familiares entre ellos, pero este rebelde escritor hizo caso omiso a esas suposiciones, no una sino dos veces. Durante estos días me he preguntado qué habrán sentido en su momento, cada parte de este triángulo amoroso.

Julia Urquidi, con 29 años, estuvo dispuesta a pagar el precio de su amor, enfrentándose a los tabúes de la época y de su entorno. Recordemos que aún perteneciendo a una familia ultra conservadora, ya se había divorciado, lo que era bastante vergonzoso en esos años. Luego se enamora perdidamente de un joven 10 años menor, que además era su sobrino. El novel escritor, aunque enamorado, ve en ella la liberación y la posibilidad de convertirse en lo que soñaba, así que no dudó en enfrentar junto a ella, a la familia y la sociedad.

Luego vinieron los años en París, tan difíciles como para llevar a la pareja a una profunda crisis matrimonial, justamente cuando aparece Patricia, prima y sobrina de Mario, 10 años más joven que el escritor y 20 años menor que su tía carnal. Con un matrimonio haciendo agua y la presencia de una joven de 15 años como rival, Julia decide retirarse. “Varguitas”, como solían llamarlo, deberá enfrentar por segunda vez a su tío Lucho y a la tía Olga, esta vez ni como tíos ni como cuñados, sino como suegros.

Mi reflexión es: ¿qué sentirían ante esta situación, cada una de las partes? ¿Cómo se sentiría Julia? Quizás vieja, ante la insolente juventud de su sobrina. Seguro que traicionada: por su gran amor, por su sobrino político y por su propia sangre, su sobrina Patricia. Es posible que también se sintiera sola; no debe ser fácil resistir semejante realidad, aún con gente que apoye.

Mario y Patricia estaban juntos enfrentando a la familia, a la sociedad, a la prensa, a los amigos y conocidos… Pero se tenían uno al otro y luchaban por lo mismo: su amor. Por ese amor estaban dispuestos a todo; los sentimientos involucrados en esta relación debían ser muy fuertes, sin importar en qué parte del triángulo se encontrara quien lo sentía.

Al final, como canta Fito Páez: “... el amor es más fuerte”. El amor correspondido, claro, porque en este caso seguro que fue amor lo sintieron los tres.

CRÍTICA sobre un libro


Pocas novelas se vuelven clásicas. Y las que lo logran tienen, por lo general, un argumento más o menos complejo, más o menos original. “El amante de Lady Chatterley” tiene uno muy simple, sin embargo, luego de más de 80 años de su edición original (1928), aún se sigue usando como libro de texto en las grandes universidades debido a la temática, que no es erótica a pesar de su título.

El autor, David H. Lawrence, logra meterse en la cabeza de los personajes de forma tal que cada uno represente un arquetipo de la época, con su forma de vida típica y su pensamiento que responde a la forma de ser de cada esfera social:

-Sir Clifford: El noble que se cree realmente su papel de amo feudal, mirando desde la altura al resto de la gente, con toda la soberbia y la impunidad que le dan su título y… su silla de ruedas.

-Lady Chatterley o Constance, o Connie: Representa a la liberación femenina, a la libertad sexual de las mujeres. Soporta un hombre al que desprecia hasta que decide jugarse y pagar el precio de su libertad y de su amor.

-El guardabosques: Detesta a la nobleza, pero es quien le da trabajo y debe obedecer. Pero en el fondo se rebela. Es el hombre humilde, honrado y enamorado. Sabe qué mundo lo rodea, pero se siente incapaz de luchar contra él.

-El resto de los personajes: la servidumbre, el ama de llaves, la enfermera, las familias, los amigos y los nobles son descriptos por el autor, no físicamente, sino desde sus pensamientos y sus actitudes, tomando en cuenta la época y la forma de pensar. Algunos de estos personajes son importantes en determinadas partes de la historia, otros solo sirven para sostener esta novela que fue prohibida durante más de 30 años en Estados Unidos y en Inglaterra, no por sus escenas de sexo, sino por el fiel reflejo de una sociedad, de sus pensamientos y de su forma de vida.

Otro logro destacable del autor, son las descripciones. Cuando describe un paisaje no lo hace por el paisaje en sí, sino que deja fluir los sentimientos del personaje dentro de ese paisaje. Para describir cómo se siente la protagonista en el hogar, recurre a describir el pueblo de mineros haciendo sentir la pesadez del aire, el gris de la atmósfera, la monotonía, el aburrimiento y el ahogo, de forma tal que hasta el lector quiera huir de ese lugar.

La narración es maravillosa, presentada en tercera persona donde el narrador tiene un poco de Dios: es omnipresente y omnisapiente con respecto a los personajes, logrando que el lector odie a unos, ame a otros y trate de meterse más aún en la cabeza de algunos para saber cómo reaccionarán ante esta o aquella situación.

Esta novela está escrita en un tono lento, pero no resulta pesada porque el autor maneja a los personajes, hombres y mujeres, metiéndose en su cabeza como si fuera parte de ambos géneros. En cierto modo, tal vez esta novela haya sido un poco la autobiografía del autor, nacido en un pueblo minero, hijo de un minero y madre burguesa venida a menos; se exilió voluntariamente sus últimos 18 años de vida tras fugarse con Frieda, la esposa de su tutor de alemán.

Creo que es una de las novelas que mejor representa una época del siglo XX; está muy bien narrada, reflejando una sociedad a la que no le gustó verse en el espejo de sus personajes y por eso la censuró. No por “obscena”, ni por ser “ofensiva al público”, ni por “vulgar”,  sino porque no se podía permitir ni admitir que hubiera tanta liberación sexual, ni que el autor planteara la importancia de la sexualidad para sentirse mejor con uno mismo, ni que una mujer descubriera que debía y podía, sentir y pensar a la vez…

La novela también plantea algo impensable en la década de 1920: la infidelidad femenina. Tanto Connie, la protagonista, como su amante Mellors, vienen de dos matrimonios con deficiencias sexuales. Connie está casada con un inválido que ni siquiera es capaz de tomarle la mano para no complicarse, a pesar de que ella lo cuida y ayuda en forma física e intelectual. Soporta con supuesta indiferencia y en silencio a sus amigos misóginos tratando de adaptarse a la realidad que –supuestamente- le tocó vivir. Hasta que su mente y su cuerpo le pasan factura por la falta de sexo. Mellors viene del abandono de su esposa, que lo dejó por otro, y viene huyendo de una sociedad que ya no soporta. Por eso decide “esconderse” en los bosques y convertirse en un asalariado.

Las escenas de sexo me parecieron sutiles, pero más sutil aún es el erotismo que envuelven ciertas circunstancias. Me gusta el manejo por parte del autor de hacerle comprender al lector las necesidades sexuales de los personajes principales, y de alguno secundario. Porque hasta Clifford necesita sentir las manos de su enfermera cuando lo masajea, y la astucia de ella para que cree ver una forma de manejarlo, sin darse cuenta que él la mantiene a su lado porque le sirve, porque le paga por lo que hace y eso significa que no le debe nada; además le da la oportunidad de sentirse superior a alguien, ya que su esposa, que desde el punto de vista social es su igual, se considera muy inferior.

La protagonista de esta novela se parece a Madame Bovary, o a Ana Karenina, porque las tres reclaman su derecho a la felicidad, sin importar cómo o quien. Pero la sociedad las juzga porque una mujer se debe a su marido, a su casa y a sus hijos. Connie no sólo busca sexo con el guardabosques, sino que también hay sentimientos y emociones, quizás por eso termina con un final abierto y yo, lectora, tengo la sensación de que vivirán juntos y críaran juntos al niño que esperan…


SIN PALABRAS

Como tantos almacenes de aquella época, este tenía una trastienda donde los dueños y el personal almorzaban y cenaban. No se sentaban juntos hasta la cena, luego de cerrar el comercio. Es que eran como una familia porque aunque no tuvieran la misma sangre, provenían del mismo Concejo asturiano y se conocían desde siempre.

La humilde mesa resultaba pequeña para albergar a diez personas, pero con buena voluntad todo tenía solución. Había llegado la hora de distenderse; las charlas que comenzaban con las actividades y anécdotas personales del día, enseguida giraban en torno a los parientes y amigos que habían quedado en España, los pueblos, las tradiciones, los recuerdos…

Aún entre las risas, voces, chocar de platos y vasos, oyeron cómo giraban la llave de la puerta de entrada, movían el picaporte y cerraban la puerta. El silencio fue tan profundo en cada uno de los comensales, como lo fue la duda. Pero cuando las botellas de vidrio acomodadas bajo la escalera del sótano chocaron insistentemente, no tardaron en ponerse de pie y correr al salón.

Los hombres tomaron las enormes y afiladas cuchillas que tenían para cortar el queso, mientras que las mujeres bajaron tras ellos, desarmadas.

-Ustedes se quedan aquí –ordenó a sus dos hijos don Jesús, el dueño del almacén. Claro que no lo obedecieron. ¿Cómo iban a perderse aquella aventura de ver cómo atrapaban a los ladrones?

Las luces encendidas en su totalidad hacían que el lugar multiplicara su tamaño ante los ojos de María, la más pequeña de la familia que caminaba despacio detrás de su hermano, sin perder detalle de lo que pasaba o podría llegar a pasar.

En el sótano había varias estanterías donde maduraban los quesos, además de cajones de bebidas, cajas con mercancía, junto a latas de diferentes tamaños y contenidos. La escalera era el único medio para entrar o salir desde el almacén, o sea que no había forma de huir; quien hubiese osado entrar estaba rodeado, perdido, sin escapatoria…

La pequeña María y su hermano, agazapados en ángulo que se formaba entre el techo y la escalera, tenían una fantástica visión del sótano, oteando desde la altura. Desde allí pudieron observar cómo los hombres, cuchilla en alto, listos para atacar o defenderse, se abrían en abanico para abarcar la mayor cantidad de terreno posible. Las mujeres quedaron atrás, aguardando una señal para lanzarse contra el intruso, aunque sea partiéndole una botella en la cabeza. La más arriesgada resultó Estrella, la esposa del dueño, dirigiéndose al fondo totalmente decidida y… desarmada. Se detuvo de pronto sin poder continuar. Un escalofrío recorrió su médula, erizando sus vellos y paralizándola por completo. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para mover sus pies hacia atrás y retroceder, porque el temor le impedía darse vuelta. A medida que iba pasando al lado de los empleados los tocaba, indicándoles que la siguieran mientras mantenía la mirada fija en el fondo del lugar.

-Estrella ¿qué te pasa? –inquirió su esposo sin obtener más respuesta que aquellos ojos petrificados en un punto fijo, en tanto continuaba caminando de espaldas a la escalera.
-¿Qué te pasa? ¿Qué viste? ¿Hay alguien ahí?–preguntaban los demás.
-Vámonos, no tenemos nada que hacer aquí –ordenó al darse vuelta con la intención de huir escaleras arriba. Fue en ese instante que las botellas volvieron a chocar estrepitosamente, haciendo que los niños corrieran asustados.

No hacía falta revisar el depósito de envases, no sólo porque estaba todo a la vista, sino porque allí no entraba ni un gato, y para mover aquella cantidad de cajones con esa violencia, hacía falta bastante más que un pequeño animal.

Todos miraron hacia el local cuando oyeron claramente cerrarse con un golpe la puerta principal. Subieron al comercio uno tras otro, con la cabeza baja y sin hablar; las mujeres delante y los hombres detrás con los cuchillos apuntando al suelo. El primero en dirigirse a la puerta fue don Jesús; tal cual lo suponía, todo estaba como antes de ir a cenar: con la llave puesta y el pasador corrido. Imposible de abrir por fuera.

Aquella noche guardaron silencio. Todos quedaron sin palabras para explicar lo sucedido a los niños que exigían respuestas. Quizás cada uno en su interior imaginara qué había sucedido, pero nadie se animaba a decirlo. La confirmación a sus pensamientos llegó semanas más tarde con una carta del pueblo, donde avisaban que había muerto el abuelo.

Entre brujas y milagros...


La pequeña Amanda desfiló por el pasillo con aquel objeto extraño en las manos. Ya era de noche y ella corría con su pijama llamando a su madre con desesperación, mientras entraba y salía de las habitaciones sin poder ubicarla.
-Mamá, mamá… -gritaba sin obtener respuesta.
-¿Qué sucede, Amanda? ¿Por qué los gritos? –dijo la joven mujer saliendo de la cocina al encuentro de la pequeña.
-Mamá… ¡mirá lo qué encontré! –y abriendo sus manitas dejó a la vista una especie de nido, de color marrón grisáceo, reseco y arrugado.
-¿Encontraste, Amanda? ¿O más bien agarraste de un frasco? –preguntó, con ese tono que ponen las madres cuando saben que sus hijos están mintiendo.
-Bueno… Sí, lo agarré… -confesó algo avergonzada- Pero no sé qué es… ¿qué es, mamá? –Observaba aquella cosa extraña por todos lados, tratando de encontrarle un interés que no lograba descubrir.
-Es una planta mágica con mucha historia y muchas leyendas. Por ejemplo, la historia más antigua dice que Jesús la bendijo, porque cuando Él iba a orar al desierto, esta planta rodaba hasta llegar a sus pies y allí le ofrecía las pocas gotas de agua que guardaba del rocío matutino; con eso Jesús calmaba su sed –relataba pacientemente la mamá, mientras Amanda la miraba extasiada. – Pero también hay otras leyendas, quizás tantas como plantas.
-¿Y cómo se llama? –inquirió mientras trepaba a una silla, acodándose en la mesa de la cocina para escuchar atenta la historia que seguramente le contaría su mamá.
-Esta planta que ves aquí, tan reseca y mustia, es una rosa de Jericó.
-¿Y es mágica? ¿En serio? ¿Y cómo la tenemos nosotros? ¿Quién la consiguió? ¿Tuvieron que robarla? –Las preguntas de la pequeña surgían sin cesar en su cabeza, y su lengua repetía todo lo que le venía a la mente- ¿Me contás la historia mamá? Porfis, porfis…
-Yo no sé cómo es la historia –respondió con un dejo de tristeza-, tenés que preguntarle a la abu.
-Pero, mami… ¿debo esperar hasta mañana? Ufffffffffff… –protestaba mientras su madre, alzándola, la llevaba por enésima vez a la cama y escuchaba sonriente a su pequeña hija, quien le explicaba que, si era mágica, tendría que venir con varita incluida- …con varita, con hada, con bruja o con algo… ¿no mami?
-No… esta plantita no necesita nada de eso, aunque cuenta la leyenda que una vez hubo algo de eso, una vez hubo brujas, pero fue hace mucho, mucho tiempo, antes que llegara a nuestra familia.
-¿Y cómo llegó a nosotros? –seguía preguntando Amanda mientras era arropada.
-Bueno… yo sólo sé que a la bisabuela Ofilia se la dio alguien, y luego ella se la regaló a la abu Chocha, que me la dio a mí y algún día yo te la daré a vos…
Los ojitos de la niña se agrandaron asombrados.
-¿En serio, mamita? ¿De verdad me la vas a regalar?
-Sí… será tuya, mi amor, cuando seas grande.
-La señora que se la regaló a la bisabuela ¿sería bruja? -quiso saber, intrigada.
-Ya te dije: eso… se lo tendrás que preguntar a la abu mañana, cuando vayas a dormir a su casa –respondió mientras besaba su frente.
La pequeña Amanda se durmió soñando con plantas mágicas, brujas, varitas y abuelas. Después de un largo día, casi interminable para Amanda, sus padres la llevaron a la casa de la abu Chocha, como era ritual los sábados de noche. Luego de los consabidos besos y abrazos, -aunque esa noche a la abuela le parecieron un poco más efusivos que de costumbre- Amanda le contó sus expectativas para aquella noche.
-…y mamá me dijo que vos me ibas a contar la historia. ¿Me vas a contar abu, eh?
-Sí, pero cuando te acueste que ya falta poco.
Amanda, que era tan remolona para acostarse, aquella noche no hizo ningún reparo. Se metió entre las sábanas y sentada, apoyando sus codos en las piernas mientras sostenía la carita entre las manos, exigió:
-Dale abu… ya estoy pronta para escucharte.
-Allá lejos, hace muchísimos años, en las montañas donde nació la familia de la bisabuela –comenzó a decir la abu Chocha-, cuentan que había una bruja buena, una bruja “blanca” que siempre ayudaba a la gente de los pueblos vecinos. Las personas la iban a consultar y ella las curaba aunque rara vez tenían para pagarle, porque eran muy pobres; pero Celeste, así se llamaba la bruja, igual los aliviaba con sus hierbas, brebajes y conjuros. Celeste se estaba envejeciendo y como era una bruja que practicaba la magia “teúrgia”…
-¿La magia te… qué? –preguntó Amanda con cara de extrañeza.
-Magia “teúrgia”, o sea, magia blanca… que es para ayudar a la gente, como… como… como la que usaba el hada madrina de la Cenicienta ¿viste?  Porque después está la magia “goercia” o magia negra, como la que usaba la bruja de Blancanieves ¿te acordás?
La pequeña Amanda, fascinada con la historia, sólo atinaba a asentir con su cabeza, mientras movía el cabello negro, lacio y brillante.
-Celeste tenía que buscar una reemplazante, y en ese momento no se le ocurría a quién. Fue entonces que vinieron a buscarla para que oficiara de partera, un bebé estaba a punto de llegar. Ella interpretó aquello como un presentimiento y antes de partir, tomó algo que parecía un nido seco, como este –y le mostró la rosa de Jericó- y lo metió en un recipiente con agua… así -y lo hizo ante los ojos asombrados de la niña.- La que nació fue quien le regaló después la rosa a la bisabuela Ofilia.
-¿La bisabuela Ofilia fue bruja también?
-Bueno… no fue exactamente bruja, pero cuando se vino al Uruguay se fue para los campos de Tacuarembó y allí ayudó a curar a mucha gente. Y cada vez que nacía un niño, recordando a Irina, la bruja que le regaló la rosa, la ponía en agua y esperaba el milagro…
-¿Qué milagro abu? –inquirió Amanda con los ojos muy abiertos…
-El mismo que vas a ver durante el día mañana y por algunos días más. Celeste le regaló la rosa a Irina, la bruja blanca que le regaló la rosa a la bisabuela Ofilia, junto con algunos conocimientos… Luego la bisabuela me la regaló a mí, y a lo largo de mi vida también me enseñó algunas cosas, que después yo se las transmití a tu mamá junto con esta rosa, y… seguramente… ella te las dirá a vos de a poquito. Desde aquel día en que nació Celeste, y luego cuando nació la bisabuela, empezó en nuestra familia la tradición de que con cada bebé que nacía, el milagro se repitiera.
-Y cuando yo nací… ¿también se produjo el milagro, abu?
-Claro que sí, mi amor… Sin personitas como usted, no existiría este milagro. Y hoy hubo otro milagro, porque nació su primita Sofía… La vida continúa y el milagro también –agregó con nostalgia antes de apagar la luz.
-¡No abu! No apagues la luz, sino… ¿cómo voy a ver lo que pasa? –dijo Amanda preocupada.
-Está bien, te dejaré la veladora prendida.
Esa noche demoró en dormirse esperando el milagro, pero cada vez que miraba la planta –más o menos cada dos minutos-, nada había sucedido. ¿Le habría mentido la abu? No… estaba segura que no. ¿Y si con tantos años había perdido la magia? ¿Y si cuando fuera grande su mamá no se la daba? ¿Y si se la daban Sofía porque era más chiquita? ¿Y si…?
No supo en qué momento se durmió, pero al despertarse saltó de la cama para ver el milagro.
-Abu, abu… -gritó mientras salía de la habitación en busca de la abuelita.- Vení, mirá lo que pasó –y tomándola de la mano la llevó ante la rosa de Jericó.
Aquel nido reseco y mustio se estaba abriendo para dejar lugar a una planta hermosa, de un verde brillante.
-¿Te das cuenta, Amanda, la suerte que tenés? Aquí, ante tus ojos, se está produciendo el milagro de la vida, del poder del agua y la magia de la naturaleza.
Durante los días siguientes la rosa siguió abriendo hasta que llegó a su máximo esplendor, para luego volver a cerrarse tan lentamente como había abierto.
Pasaron los años y tal cual le habían dicho la abu Chocha y su mamá, la rosa pasó a ser suya, junto a un gran legado de frases, consejos, recetas y quizás, también algún de magia. Aunque nada se comparaba con lo que había vivido el día que se le reveló el milagro de la Rosa de Jericó.

Cristina Carbajal
26 de mayo del 2011