miércoles, 14 de marzo de 2012

OTRA OPORTUNIDAD


Iban a ser los únicos clientes del bar en aquella fría y lluviosa tarde de invierno. Claudia lo había citado allí imaginando que a esa hora y con ese clima estarían casi solos.
Caminó bajo la lluvia con algunas dudas en su mente:
“Quizás debí haber esperado un poco más. ¿Será un buen lugar para decírselo? ¿Y si busco un momento mejor? –pensaba a medida que se iba acercando- ¡Basta! No sigas posponiendo por temores estúpidos algo que estás deseando hacer. Entrá como lo que sos: una mujer aguerrida, una leona sin piedad. Demostrale que estás calma, segura, decidida…”
Caminó repitiendo aquella frase como un mantra. Ubicó al hombre en la última mesa contra la ventana, desde donde seguía sus movimientos.
Rumbo a la mesa, los vidrios del salón le devolvieron la imagen de una mujer madura, de andar felino y semblante sereno. Esteban tenía la visión de una hermosa dama que iluminaba el ambiente con su pelo claro y el brillo de su mirada. Apenas se incorporó para saludarla, aunque a Claudia poco le importó su actitud.
Mientras pedía un café, observó la mesa con restos de servilletas destrozadas: algunas cortadas en pequeños trozos, otras enrolladas y anudadas, otras dobladas en zigzag formando pequeños abanicos. Dos pocillos vacíos ayudaban a confirmar el tiempo de espera.
-Parece que hace rato que llegaste –dijo mirando el reloj-, pero todavía faltan un par de minutos para las cinco ¿no?
-Sí, vine temprano; sabés que me gusta estar antes de la hora. Desde que me echaste no tengo mucho para hacer, pero… supongo que no llamaste para hablar de lo que hago.
-No. Te llamé porque quiero el divorcio –dijo ignorando los ácidos comentarios del que aún era su esposo.
Silencio.
El hombre no era capaz de articular palabra. Si bien imaginaba que algo así sucedería, guardaba la esperanza de volver junto a la mujer a la que creía incapaz de dejarlo; esa posibilidad jamás había entrado en sus cálculos. ¿Qué le pasaba?
“Alguien le lavó el cerebro en mi contra, seguro –pensó-. Alguna de sus amigas… Debe de haber sido esa vieja cacatúa a la que le hace tanto caso...”
Jamás aceptaría que su esposa tan manipulable e inocente, la que creía cualquier mentira, le dijera que quería divorciarse. Si había aceptado dejar la casa era porque ella tenía un ataque menopáusico que pronto se le pasaría; cuando se viera sola le rogaría que volviera a su lado... Siempre la había manejado con gritos y cuando eso no daba resultado, lo hacía con lágrimas. ¡Era tan fácil! Al menos lo había sido hasta que abrieron la empresa.
<<“Pero… si la muy estúpida ni cuenta se dio cuando andaba con mi secretaria y con
tantas otras. Le decía que iba al club y se lo creía. Algo tuvo que pasar para que cambiara así...”
Un pensamiento cruzó su mente como un flash: “No… No puede ser que haya otro hombre, es incapaz de engañarme… Yo siempre cumplí, teníamos sexo casi a diario... No, otro hombre no…Claudia es mi esposa, una dama, una mujer decente, ella no…”
Su cerebro no era capaz de procesar lo que le había dicho. Era demasiado fuerte.
<<No entiendo… ¿por qué me hacés esto?
-Yo no te hago nada. Simplemente actúo de acuerdo con mi sentir. Por primera vez en años, hago y digo lo que quiero. Me casé enamorada o, al menos, creí estarlo, pero nunca me supiste valorar. Soy una mujer inteligente, honesta y trabajadora; no necesito que nadie me mantenga. ¿Te acordás el día que me dijiste que lo único que hacía bien era atender el teléfono? Bueno… Te equivocaste; la empresa funciona muy bien sin vos. Ese día me ayudaste a despertar, sin saberlo detonaste la bomba. Te la creíste, Esteban.
Estaba siendo dura; se sorprendía a sí misma hablando con tanta serenidad, aunque, en realidad, lo que deseaba era saltar por encima de la mesa y reventar a piñazos a ese hijo de puta. Pero no. Él solo había hecho lo que ella le permitió.
El hombre bajó la cabeza y los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Si querés manipularme buscá otra cosa, porque ya no creo en tus lagrimitas... –las palabras y su actitud eran tan heladas como el viento que se estrellaba contra los ventanales.
-Tiene que haber algo que yo pueda hacer para que te quedes conmigo.
-¡Qué ególatra, por favor! Te estoy pidiendo el divorcio y vos buscás la forma de que me quede contigo. No cómo acompañarme, reconquistarme, estar a mi lado.
Claudia sonrió con una mueca que mezclaba incredulidad y dolor.
<<Contame, Esteban… -se inclinó hacia el centro de la mesa y bajando su voz al volumen de un susurro, le espetó- ¿Qué querrías hacer que no hayas podido en todo este tiempo? Esperé demasiado un cambio que jamás llegó. Hoy nada me retendría a tu lado… No te quiero ni te necesito.
-Pero yo sí te necesito.
-Es tu problema.
-Dame otra oportunidad…
-¿Otra? Tuviste mil oportunidades cada uno de los días que estuvimos juntos. ¿Y?
Sintió que estaba perdiendo la calma, así que apuró un trago café frío dejando que su mirada se perdiera en la mesa, pensativa. Una idea hizo que tomara una servilleta y apoyando los codos en la mesa, la colocó frente a su interlocutor.
<<¿Ves esta servilleta? ¿Ves que está marcada en el medio? Así éramos nosotros cuando nos casamos: una unidad con dos partes bien definidas. 
Sin más, la cortó por el doblez y, tomando un trozo en cada mano, se los mostró.
<<Esa unidad se partió y hoy estamos separados. El día que logres unir estos trozos como estaban originalmente, volveré a tu lado. Mientras tanto… sé feliz. Pero lejos de mí.
Caminó hacia la salida con la cabeza muy erguida, bella y arrogante como una diosa griega. Abrió la puerta y la brisa helada la recibió, haciéndola sentir viva y libre como jamás se había sentido. La lluvia refrescante la acompañó mientras taconeaba por la vereda sin importarle los charcos. Su presente y su futuro le pertenecían; cuando mirara hacia atrás lo haría con un espejo retrovisor imaginario, porque el paisaje que tenía delante era más importante que su pasado, y no se lo quería perder.
Sonrió feliz recordando el poema de Hamlet Lima Quintana: “…Y uno se va de novio con la vida, / Desterrando una muerte solitaria…” Así se alejó feliz, abrazada a la vida y mirando para allá, siempre para adelante.

Cristina Carbajal
17 de marzo de 2012

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