miércoles, 7 de marzo de 2012

MUSAS

Hace un tiempo que vengo pensando una idea que me da vuelta en la cabeza. ¿Qué llama la atención de una persona para que guste de otra y se enamoren? ¿Es necesaria la belleza física para conquistar al otro? ¿Qué es lo que más seduce: la inteligencia, la cultura, el físico… o una combinación de todo eso?

A través de la historia existieron mujeres que conquistaron corazones con su belleza: Helena de Troya, Cleopatra, Mesalina, Anna Bolena, María Antonieta, Lady Godiva o Madame de Pompadour. Más recientemente tenemos a íconos como Marilyn Monroe, Grace Kelly, Greta Garbo o Catherine Deneuve y de este siglo XXI se podrían nombrar infinidad de actrices, modelos, atletas, etc. Sería una lista de nunca acabar…

La vida e historia de algunas mujeres me conmueven, pero hay tres en particular que admiro, porque podría considerarse que no tuvieron una belleza tradicional, pero fueron capaces de seducir artistas, escritores, poetas, filósofos, estadistas, políticos, etc., hombres con una gran capacidad intelectual y emocional.

Podría comenzar con…

Frida Kahlo

Sin duda que era una mujer hermosa a pesar de sus cejas espesas y su bozo. Ella supo manejar y hasta resaltar eso en sus pinturas, logrando que la conocieran y aceptaran así, orgullosa de su físico, sus rasgos y su origen. Con sus dolores, su cuerpo con problemas y cicatrices y todo lo que se podría calificar como “defectos físicos” pasaron a segundo plano gracias a su fuerte personalidad, con la que conquistó y sedujo a hombres y mujeres como Diego Rivera, su gran amor y “el segundo gran accidente de mi vida” como lo calificara más de una vez, además de León Trosky, Chabela Vargas y tantísimos más.

Según la veo, a pesar de su carácter tan fuerte e independiente, sabía cautivar a su Diego cocinando para él, acompañándolo o esperando su regreso sin que ello significara doblegarse ante ese amor. Ninguno de los dos se caracterizaba por la fidelidad; sin embargo, no importa con quién estuvieran siempre regresaban al otro.

Frida dejó una lección de vida donde la lucha fue una constante, ya fuese en el plano político, social, sentimental o personal. Se aferró a la vida con uñas y dientes; luchó por su salud, por su amor, por su supervivencia física y emocional, por sus ideales políticos; luchó con sus dolores, sus miedos, su soledad, sus inseguridades y frustraciones, plasmando esa riqueza interior en cada uno de sus cuadros.


Carlota Ferreira
Seguramente la mayoría de los lectores no sepan de quién se trata. Esta mujer se hizo conocida, entre otros motivos, por el retrato que le hizo el uruguayo Juan Manuel Blanes, “el pintor de la Patria”. Carlota era el ideal de belleza de finales del siglo XIX, porque hoy en día pocos la mirarían con los mismos ojos que los hombres de aquella época.

Como podrán observar, además de reflejar muy claro la ropa de la época, el retrato muestra una mujer de proporciones digamos… tan generosas, que el apretado corsé a punto de explotar no puede disimular, además de los brazos gruesos, el abundante busto y la redondez del semblante. Pero…

Esta mujer obesa, de rostro poco agraciado, adicta a la morfina y de una conducta demasiado liberal para su época, debía tener algo “especial” para haber tenido cuatro maridos, embelesar a uno de los pintores más grandes de la época, al hijo de éste y a unos cuantos hombres más. No juzgo ni critico su estilo de vida, solo la traje a este post porque admiro que alguien tan poco agraciado físicamente haya podido seducir a políticos, médicos, artistas y más.

Su primer esposo fue Emeterio Regúnaga, Ministro del Uruguay durante el primer gobierno de José Batlle y Ordoñez. Viuda, cruza a Buenos Aires y contrae nupcias con Ezequiel de Viana, perteneciente a una de las familias de más rancio abolengo, del que quedó viuda al poco tiempo. El tercer matrimonio fue también en Buenos Aires con Nicanor Blanes, pintor y quince años menor que la ya amante de su padre, Juan Manuel Blanes.
Carlota conoció al que sería su futuro suegro, cuando al enviudar le encargó un retrato de su primer esposo y luego el de ella. También fue modelo para otra pintura de J. M. Blanes: “Mundo, demonio y carne”, aunque jamás se pudo comprobar que fuese ella. Tampoco se pudo probar si fue verdad la historia de que Nicanor encontró a su padre y a su esposa en pleno acto amoroso; aunque durante una separación, Carlota pidió el divorcio y le fue concedido. Al enterarse del fallo, Nicanor terminó huyendo hacia Italia donde desapareció. María Linari, esposa de J.M. Blanes y madre de Nicanor, escribió: Carlota tiene la atracción del abismo.

Sin duda que esta mujer tenía una atracción fatal y hasta se podría decir que nefasta. El Dr. Julio Jurkowski, polaco, casado y con familia, abandonó todo para huir con ella y la hija de esta a Salto, en el norte del Uruguay. De allí cruzaron a Córdoba donde el médico instaló un sanatorio para enfermos pulmonares. Es en ese lugar que su hija María Esther conociera y entablara relación con el escritor Horacio Quiroga, pero Carlota se opone a estos amores y su hija termina suicidándose. De esta relación nace el cuento “Una estación de amor”, donde el autor relata las vicisitudes de lo que sucedido.

Carlota y su fiel adicción a la morfina acaban también con la brillante carrera del médico polaco. Sola, decide regresar a Salto donde se pierde su rastro.

Es probable que Carlota Ferreira no tuviera una vida feliz, pero sí tuvo una gran capacidad de seducción que quizás no supo aprovechar…


Elena Ivanovna Diakonova
Más conocida como Gala, la musa inspiradora y gran amor de Salvador Dalí.

Dejé a esta enigmática dama para el final porque soy de la idea, como muchos otros, que esta mujer tuvo una relación de dominación con el artista, quien siempre se habría sometido a los deseos y caprichos de ella.
Gala tuvo varios amantes antes de que Dalí llegara a su vida. Desde su arribo a París de la mano de su esposo Eugène Grindel -conocido como Paul Eluard- y con Cécile, la única hija de Gala, se relaciona con los vanguardistas y entre ellos tiene algunos amantes, hasta que en 1929 conoce a Dalí. La atracción es mutua y el amor que nace entre ambos hace que ella abandone a su familia y ya nunca se separe del artista.

Sin duda que esta fémina también tenía algo especial que atraía a los hombres. No creo que fuese su delgadez ni la extraña belleza de su rostro. Quizás fuese su inteligencia, su cultura, su carácter fuerte, su seguridad para tomar decisiones o su facilidad para conseguir que complacieran hasta su más mínimo capricho o excentricidad.

Si tenía alguna duda sobre el fetichismo del pintor, esta foto de Dalí tomada en New York por Philiphe Halsman me terminó de convencer. ¿Una mujer utilizada como escritorio y otra en el fondo con las piernas hacia arriba y con una careta en los pies? Si esto no es fetichismo, que vengan Madona o Lady Gaga… y lo vean.

En 1968 Dalí le compra a su amada el castillo de Púbol; lo manda reparar, lo decora, le pinta murales y hasta le instala un trono a su… ¿Reina? Y todo eso ¿para qué? Para tener que pedir permiso y no poder ingresar al castillo a menos que fuera con expresa invitación de Gala.

Según se dice, ella era su manager, su musa, su amor, su esposa, su inspiración… y quien tomaba las decisiones; amén de que tenía amantes con el conocimiento de Dalí. ¿Amor incondicional? No lo sé, pero sin duda era un sometimiento voluntario y gozado, con seguridad, por ambas partes.

 Vaya este humilde homenaje a las mujeres como estas, que sin cumplir un canon de belleza estipulado, supieron explotar ese “algo” especial que las hizo tan seductoras, especiales y hermosas ante los ojos de quienes las amaron.

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