miércoles, 12 de junio de 2013

GENEROSIDAD: el arte de recibir

Quizás la tradición de las reuniones que hacían mis padres, comenzó el trece de junio de 1946, cuando se celebró su boda durante las festividades de San Antonio en el pueblín de Villabolle. Ese día se sirvieron trece platos, entre entradas, platos calientes y postres. Hubo vino, cognac y hasta puros para los hombres… Y la fecha se siguió festejando, de una u otra forma, los 63 años que permanecieron unidos.

La sencillez y humildad de nuestra casa, nunca fue impedimento para que desarrollaran al máximo el arte de recibir. Los invitados, independiente de la edad o la relación que nos uniera, siempre llegaban con alegría a nuestro hogar, y se retiraban con ganas de regresar. O directamente, de quedarse.


Para mis padres, en especial para papá, todas las excusas eran buenas para organizar una reunión. Si era verano, se hacía un asado. Si era invierno, podía ser cualquier comida caliente. Nadie protestaba porque había pocas sillas, o la mesa quedaba pequeña para albergar tanta gente. No importaba que los vasos fueran diferentes, o alguna de las invitadas colaborara con platos y cubiertos de su hogar, porque no teníamos suficientes. La consigna era reunirnos y pasarla bien.



Mamá trabajaba sin descanso para que todo estuviera lo mejor posible. Comenzaba a cocinar un par de días antes la ensalada rusa, porque decía –y tenía razón-, que así quedaba más rica. Se abrían latas de arvejas, atún de buena calidad, mayonesa casera hecha a mano (en aquellos años no había problema con la salmonella, sin mencionar el precio de la mayonesa comprada) y se cocinaba una enorme cantidad de papa y zanahoria. La idea era que sobrara, que nadie se quedara con hambre o con ganas de más. Luego venía el plato principal y después el postre, todo regado con vino y por supuesto, agua mineral o refresco para los niños. Cuando llegaba el café con cognac –siempre había café con cognac, invierno y verano, con treinta grados o con tres-, también aparecían las primeras “asturianadas”, porque contando anécdotas y cantando, se recordaba la “tierrina”.

Y llegaban los interminables juegos de cartas: la brisca en parejas y el tute cabrero eran los preferidos, mientras que los niños jugábamos en la vereda sin temor a que nos pasara algo…

A la merienda aparecían las empanadas rellenas de cebolla, morrón y chorizo colorado. Y más vino. Y más alegría. Y más juegos salpicados de risas y recuerdos…
A la noche, se iban retirando con una sonrisa, deseando regresar o invitando: “la próxima es en casa, ¿eh?”. Pero casi siempre se repetía “…en la casa de Carbajal”, donde las puertas estaban siempre abiertas.

No voy a negar la importancia de la comida y la bebida, aunque lo importante era la gente. Se sentía el afecto con que cada invitado era recibido. Besos, abrazos, procurar que no faltara nada, insistir para que se sirvieran o servirlos directamente, porque… Los contemporáneos de mis padres habían sido educados para no repetir, así que se esperaba que la dueña de casa insistiera hasta que el invitado aceptara; eran tiempos de guerra y escasez, y eso los marcó a fuego. Por eso se apreciaba la abundancia…

-¡Jesús! –llamaba alguno- ¿Vas dexarnos morrer de sed en este triste bodego?

A la risa generalizada seguía el aplauso por el vino que, sin dudas, aparecía de la mano de mi padre.

Si tuviera que definir cómo eran mis padres con una palabra, sin duda usaría GENEROSIDAD. Ellos eran generosos con lo poco o lo mucho que tenían, pero no solo materialmente, sino también con el amor, la entrega, el mimo y la atención personal.
Si me pongo a pensar la cantidad de veces que mi madre se puso a pelar papas porque había algún niño que no le gustaba la comida…

¿Por qué se perdieron esas fiestas? No lo sé. Quizás no se perdieron, quizás no se terminaron sino que se transformaron. Por mi parte, cultivo el “arte del recibir” con familiares y amigos, pero sigo extrañando aquellas reuniones…

Mis amigos dicen que soy buena anfitriona, pero no es mérito mío, sino de quienes me enseñaron, desde pequeña, a demostrar el afecto de esta forma.

Estoy segura que hoy, están de fiesta, tomando un culín en alguna nube… ¡Salud!

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