viernes, 7 de junio de 2013

COMO DECÍAMOS AYER....

Para vos...
 

La esperaba. Mi impaciencia por el encuentro hizo que me adelantara. Ya había perdido la cuenta del tiempo que llevábamos sin vernos.

Hacía frío. El otoño llegaba a su fin y la presencia cercana del invierno anunciaba su rigor.

Nos citamos en un boliche frente al lago, donde en la tibieza del lugar cercano al fuego, se sentía cierto confort. Afuera, el viento azotaba con furia las hojas que aún se empecinaban por permanecer en el viejo árbol.

Me preguntaba cómo se vería con el paso de los años… Entrecerré los ojos y la recordé como cuando la conocí: hermosamente joven, desafiante en su andar, con un movimiento insolente al mover su castaña cabellera con rulos en cascadas, mientras sus verdes ojos chispeaban atrevidos. Traía apretado contra su pecho el título recién logrado que prometía ser la llave que abriera cualquier puerta que ella se propusiera. Tenía la promesa que al recibirse de instrumentista ya tendría empleo. ¡Lo había logrado! Era feliz, desde siempre la medicina fue una de sus pasiones.
Con este sueño hecho realidad y un buen empleo que le permitiría emanciparse, le daría paso a cumplir sus sueños. No se llevaba mal con sus padres, solo que Florencia veía la vida de forma diferente. Ellos, producto de otra época, habían criado a sus hijos con todo lo necesario, obviando ese condimento tan importante que es la demostración de afecto para una buena comunicación.
 
Y ahora, ella soñaba con encontrar a alguien para formar una pareja, tener su propio hogar y llenar su casa de hijos, donde reinara el amor por sobre todo..
 
Siempre fue muy sociable, teniendo un grupo de amigos para encuentros de interminables charlas frente a un café, caminatas, bailes y los toques de música que la apasionaban. Y así fue que un día apareció Julián, acompañado por un amigo en común. Fue verlo y adivinar que él sería quien la acompañaría por el resto de su vida.
 
Se casaron, y para su felicidad pronto quedó embarazada. Julián no era todo lo demostrativo que Florencia esperaba. ¡Ella era tan feliz! Pensaba que con la llegada de su hijo se produciría el cambio que anhelaba. 
 
Si en algún momento pensó que su vida fue difícil, ahora sabría qué es el dolor. Su bebé nació con una discapacidad. Julián no tuvo valor para enfrentarlo, huyendo como un cobarde y dejándolos en la más terrible soledad.
 
El doloroso recuerdo me invade y oprime mi corazón. Lo alejo de mi pensamiento, decido enfocar mi visión en el valor de una mujer-madre que, desde su infinito amor por ese niño, sin saber de dónde sale su fuerza, arremete contra todas las adversidades llevando por siempre y para siempre, ese tesoro entre sus brazos.
 
A partir de allí, la vida de Florencia se tornó difícil; trabajar y criar a su niño sola demandaba un gran esfuerzo.
 
Los años fueron pasando, dejando huellas en su espíritu. Seguía con su grupo de amigos y su música, donde mitigaba su gran pena.
Había aprendido a conocerse y sabía que necesitaba ayuda; la cuesta del camino, por momentos, se le hacía intransitable. Decidió golpear algunas puertas en busca de ayuda, sin resultado.
Dios, la Divina Providencia, el Universo, quién sabe… guió sus pasos hasta un lugar al parecer de reunión. Preguntó si era para todo público, siendo invitada a participar. En su desconfianza no creía que los testimonios que oía fueran reales, sin embargo, había algo que le atraía. Su inserción en ese grupo de autoayuda no fue fácil. Mil veces decidió levantarse e irse, y sin saber por qué, se quedaba.
 
Eso fue ayer. Hoy tiene la respuesta: allí nadie le salvaría la vida ni harían por ella lo que no estaba dispuesta a hacer… Sí le ofrecerían todas las herramientas del grupo, para hacer los posibles cambios que fueran necesarios.
 
Florencia ha madurado, hizo cambios, ha logrado aceptar y se ha hecho cargo de esa maravillosa persona que es.
 
La vida sigue presentándole situaciones límites. Ha pasado por un quebranto de salud y comprobó que la ciencia está presente en lo físico, no así en la parte espiritual, y decidió levantar la bandera de los grupos de autoayuda, formando uno que trate esa temática. Por ese motivo nos vemos menos en el tiempo.
 
Abandono el papel y el lápiz, la veo venir cruzando el parque. ¡Por Dios! ¡Si parece más joven!
 
Entra, nos miramos, sonreímos, nos abrazamos y al unísono exclamamos:
 
-…como decíamos ayer…
 
Autora: Iris Viano

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