Cuando recién me divorcié me topé con “Búscate un amante”, un texto que,
por su título, reafirmaba mi teoría que el estado civil perfecto era ese: el de
amante. Por supuesto que su autor,
Jorge Bucay, con la siguiente definición me llevó por un camino muy diferente
al que yo había imaginado:
(…) Amante es: "Lo que nos apasiona". Lo
que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también quien a
veces, no nos deja dormir. Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos
frente al entorno. Lo que nos deja saber que la vida tiene motivación y sentido...
A partir
de ese momento confirmé que eso era la escritura para mí, lo que me apasionaba,
y hasta ahora no pude hallar una mejor manera de definirla.
A lo
largo de mi vida he desempeñado diferentes tareas sin una motivación económica,
pero con ninguna he sentido la exaltación y el gozo que me despierta la
escritura.
Puedo
irme a dormir pensando en una escena o un personaje; puedo imaginar y
desarrollar una historia mientras viajo en ómnibus o en avión; puedo darle mil
vueltas a una frase hasta acercarme lo más posible a la idea de lo que quiero
transmitir.
Escribo
porque tengo la necesidad de contar las emociones que me produce una foto, un
texto, una conversación o una escena de la vida diaria que quizás, pase
desapercibida para el resto de la gente.
Escribo
porque me siento plena relatando historias, paisajes, vivencias y sentimientos
propios o ajenos a través de personajes reales o inventados pero que siempre tienen
algo de mí.
Escribo
porque necesito plasmar con tinta lo que no me animo a pronunciar en voz alta y
que si no lo saco de mi interior, me ahogará con mis propias palabras.
Escribo porque
alguien podría verse reflejado de alguna forma, y entonces no me sentiría tan
sola para enfrentar la oscuridad de mis pecados.
Escribo
para exorcizar mis demonios con las frases y acciones de mis personajes.
Escribo
para llegar a conocer las miserias de los círculos del infierno humano, y al
tocar fondo, poder impulsarme con una fuerza tal, que me haga franquear todas
las inquietudes y llegar sin escalas al éxtasis del paraíso terrenal.
Ser
escritor significa creer que uno maneja su creación gracias al poder que le
ceden los personajes y darse cuenta que solo el autor puede decidir.
Ser
escritor significa caer en la soberbia de la corrección y levantarse con la
humildad de reconocer los propios límites.
Ser
escritor significa aceptar la responsabilidad de lo expresado sintiendo el sano
orgullo de presentar un texto claro, legible, que transmite el mensaje de lo que
se quiere decir.
Ser
escritor significa ser capaz de combinar algunas de las casi trescientas mil
piezas que tiene ese maravilloso puzle que es nuestro idioma, para armar un
paisaje diferente con cada narración.
Ser
escritor significa guiar al lector por el camino de los aromas olvidados, las
texturas inimaginables, los gustos aprendidos y los sonidos que resuenan hasta en
el mismísimo silencio.
Ser
escritor significa lograr una trama donde pueda provocar impresiones conocidas
o desconocidas y concentrarlas en una palabra, una frase o un libro.
Ser
escritor significa lograr que alguien guarde o recuerde una frase que hasta el
mismo autor había olvidado.
Ser
escritor significa poseer los secretos de la magia, la seducción, la fantasía y
la realidad para poder hacer posible lo imposible. Es sentirse, durante la
inspiración, un dios omnipotente y omnisapiente, creador y destructor, ángel y
demonio, luz y tiniebla.
Ser
escritor significa ser dueño de la virginidad de un papel en blanco.
Ser
escritor es descubrir el hechizo para conseguir que quien lea la primera frase
de su obra, no pueda parar hasta la palabra “Fin”.