No lo creía
pero era verdad: había sido elegido como cobayo. El experimento es algo tan
pequeño como un grano de arroz y se puede implantar sin el conocimiento del
portador. Vivía al borde de la paranoia porque sabían su ubicación exacta, qué
hacía a cada momento y hasta podrían conocer su línea de pensamiento si medían
la actividad de su cerebro.
Si le
hubiese contado al mundo cuán cerca está la humanidad de ser controlada y
manipulada como él lo estaba, nadie le creería; tenían todo el poder y hasta
podrían deshacerse de él provocándole un derrame cerebral, un ataque al corazón
o simular un suicidio sin que nadie sospechara algo anormal. Solo le quedaba el
camino que finalmente tomó: destruir el microchip que había descubierto encima
de su entrecejo.
En un
laboratorio secreto de Suecia, el científico anotó en su computadora la muerte en
Montevideo de un hombre con el cráneo destrozado. Debido al lugar donde había
sido implantado, el microchip XRP22186456.48 no había sufrido daños.