Para vos, Chocha, mi compañera de boliche y hermana de la vida...
-¡Ah! Era hora ¿no? Te acordaste que tenias casa… ¿Dónde andabas? Ya sé,
no me digas nada: en el boliche. ¿Y con quién, si se puede saber?
-Bue… no empieces con la misma cantinela de todas las noches… Estaba
con la Chocha.
-También yo, ¡hago cada pregunta! Si no supiera que la amistad de
ustedes viene desde hace más de treinta años, diría que son amantes.
-Y lo somos. Lo somos nos amamos, pero no como lo imaginaría una mente
fálica como la tuya. ¿Y cómo supiste que
venía del boliche?
-Porque llevamos casados varios años. Y por tus mangas, negras en la parte de
abajo… El gallego debe estar feliz con ustedes. Cada vez que van, le sacan
lustre a la mesa con los codos.
-Ja, ja… Tenés razón. Mañana llamo a Jefatura y le digo que te
contraten como policía de investigaciones. ¡Qué poder de observación!
-Te hago una pregunta, y espero que me respondas. Como cónyuge y parte
afectada, tengo derecho a una respuesta. Quiero saber dos cosas. La primera: ¿de
qué hablan? Porque ustedes no van a chupar, ni a jugar, ni son intelectuales
como esos escritores que se iban a inspirar en los boliches, ni de esos viejos
que van a leer el diario, ni de levante, supongo. Porque a esta altura de la
vida, ni la quiniela.
-¡Uh! Pero ¿en qué año vivís? La quiniela se levantaba en los boliches
de hace mil años, en los bares de barrio que eran almacén y bar, donde las
señoras decentes no entraban… y las indecentes tampoco. Aquellos donde la nena
del tango iba a buscar al padre y le decía: “Papá, vamos que mamá te llama…”. No…
yo le digo boliche a cualquier sitio que tenga una mesa para acodarse a hablar
con alguien, café de por medio. Puede ser una cafetería, un bar o una
confitería, tanto da. Una mesa con dos o más personas, donde cualquier tema es
perfecto para iniciar la conversación: igual nos sirve una película, un libro,
una frase de Osho o lo que dijo el Pepe. Con tal de hablar, te sacamos tema
hasta de un boleto...
-Andá, ¡no exageres!
-No exagero. Si no hay tema, la Chocha es capaz de agarrar el boleto,
sumar los números y decir: “¿sabés cuánto
suma este boleto? 24, como el día que murió Gardel… ¡Ese sí que tuvo suerte! Se
murió joven, la gente lo idealizó y hoy por hoy todavía se dice que cada vez
canta mejor…” Y tá, ya tenemos tema. O mejor dicho: temas, porque de ahí
podemos hablar de otros que también murieron jóvenes, de cómo la gente crea
ídolos, o… ¡qué sé yo! Y podemos terminar hablando del precio de la espinaca,
que dicho sea de paso, queda muy rica en tortilla. Lástima que te sube el ácido
úrico… Y hablando de ácido úrico ¿viste que…?
-Pará, pará… Dejala por ahí; te juro que me quedó clarito.
-Bien, me alegro. Entonces… ¿cuál
era la otra pregunta que te intriga?
-Siempre quise saber qué le encontrás al boliche. Porque así como se
sientan a charlar ahí, podrían hacerlo en sus propias casas, o en un club
social, o en una plaza…
-¡No, ni ahí! Mirá… en una casa, sea la de quien sea, siempre va a
haber alguien que venga a molestar, a interrumpir: el marido, la mujer, uno de
los hijos o nietos, el perro, la vecina, el teléfono, el cobrador o los
testigos de Jehová. En el club, o en la cantina del club, va a pasar uno y te
va a saludar, y va a pasar otro y va a saludar al que está con vos, y va a
venir el de tal comisión a pedirte que… Conclusión, en un lugar así no se puede
hablar tranquilo. Y en la plaza, ni loca.
-¿Por qué?
-Simple: no hay donde acodarse. Me quedaría en la plaza solo por una
razón: darles de qué hablar a las viejas de la cuadra…
-Pero no me contestaste: ¿qué le encontrás, qué tiene el boliche que no
tenga otro lugar?
-Ufff… A ver cómo te explico… El boliche tiene un encanto que no lo
tiene ningún otro lugar. La persona que se sienta con otro a la mesa de un
boliche, es dueña de su mundo y es invitada a visitar el mundo del otro. Pero
básicamente y por un rato, se pertenece a sí misma. Es dueña de su tiempo, su
vida y hasta de la única verdad que le pesa: la propia. Entre ambas personas,
convierten a la mesa en un mortero donde la conversación hace las funciones del
pilón, ese que va moliendo y fundiendo las ideas de cada uno, hasta
convertirlas –o no-, en una dorada conclusión. La mesa hace de diván de
sicólogo, de confesionario, de escritorio, de mesa de estudios, de… de lo que
sea. Y los roles no son fijos: a veces se es confesor y otras, confesado; se
puede ser filósofo o descerebrado; inventor de frases célebres escritas en
servilletas de papel, o autor de cartas jamás enviadas; escribir cuentos de la
talla de Cortázar o un poema mojado en vino tinto y teñido con la lágrima de un
cortado... El ambiente del boliche puede convertir a una persona callada en
un charlatán, sin que sea necesario ingerir una gota de alcohol. Quizás
la magia esté en la compañía, en el ambiente, en zambullirse en la mirada del
otro y sentir la calidez de su piel. No importa qué vas a comer o a tomar, la
cosa es “limpiar” la mesa con los codos mientras conversás, o agarrar una
servilleta de papel y… ¡que se ría el que inventó el plegado en papel!... Todas
cosas que nunca te las va a dar una sala de chat. ¿Me explico?
-…
-Qué querés que te diga, Quique… Tenés una esposa bolichera. El día que
el boliche deje de cautivarme, me pasará lo mismo que me podría pasar con vos,
el hombre que amo tan profundamente.
Cada mañana, al despertar, renuevo la decisión de permanecer a tu lado
veinticuatro horas más. El día que me despierte dándome cuenta que ya no me
cautivás… será que ha llegado el momento de irme para no volver.